Sandboarding en las dunas de Florianópolis, Brasil

Que tus pies se entierren en la arena o que se deslicen en ella. Los brazos en alto, que el viento te empuja, que tu ojo izquierdo se cierra ante la panorámica del mar y el susto de no verte caer. Con la tabla bajo el brazo no tendrás a nadie que te indique cómo bajar la duna; estará en tus movimientos, consigue esa balanza, siéntete absorbido por la playa. Un amigo nos prestó la tabla, hizo algunos gestos con sus piernas y dijo que era una sensación por la que se regresa a “Joaca”. Y no se equivoca.

En la Praia da Joaquina, también conocida como “Joaca”, una de las favoritas de los surfistas en Florianópolis, se práctica un deporte extremo que te deja en la cima de una duna, el sandboarding. Existen algunas versiones de su apogeo, pero en ésta isla brasileña hubo la travesía de algunos surfistas que, al no tener todos los días buenas olas, se distraían con la excusa de levantarse en una tabla de alguna u otra forma.

Ideal para recorrer naturaleza que crece a su modo, intocable a lo urbano. Un deporte que te deja cara a cara con una duna mágica. Alrededor del mundo se reconoce por sus largas e hipnotizantes formas a la Duna Grande de Perú; Namibia Swakopmund en Namibia; Cerro Negro, Nicaragua; Cerro Dragón, Chile; Ciudad del Cabo, Sudáfrica; Baja California, México y las dunas que se forman en Santa Catarina, específicamente en su capital: Florianópolis, Brasil.

Y ahí estábamos nosotras. En la recomendada Praia da Joaquina con la tabla prestada y con el cero conocimiento de balanceo. No es fácil a la primera, pero en mi caso al sujetarme los pies, me incliné tanto que llegué con aterrizaje forzoso. Fue en mi tercer intento,  con el viento a mi favor, cuando me levanté, avancé y alcancé uno de los mejores empujones de mi vida (Era la primera vez que hacía sandboarding). La velocidad que puedes lograr en esos lanzamientos te sube y baja por varias dunas con el estilo de un gato: de pie y con control.

Antes de lanzarme desde la gran duna, intercambiamos palabras con un tailandés, que meses después lo vería caminando por San Telmo en Buenos Aires. Aunque tenía un rechazo con las fotos – no nos quedó claro si no le gustaba o si pensaba que era para robar su alma-, se nos unió al camino. Era casi lanzarnos a la unión de tres dunas (interminables). Llegamos hasta al fondo, caí de pie, pero sin registro fotográfico. De esos momentos que te detienes varios segundos para ver a tu alrededor porque luego lo tendrás que rescatar de tu memoria -memoria fotográfica- como si fuese una buena noche estrellada con luna llena o un salto de cascada. Irretratable. La velocidad era precisa y llegar hasta ese punto era sublime.

La idea principal era deslizarse, después te arrepentirás en la subida con el intenso sol. Tal vez dudes en lanzarte desde las dunas más largas, pero sin ese esfuerzo no se podría vivir tan alta experiencia. Es en la playa donde podemos optar por lanzarnos en la toalla o lanzarnos encima de una tabla para que nos lleve junto al viento. Y así te permitas escuchar ese “canto”, del que tanto hablan, de los silenciosos y casi imperceptible lugares del planeta: El sonido emitido por las dunas.

Sandboarding en las dunas más altas del mundo

Una de las más conocidas se encuentra al noroeste de Argentina y es el Bolsón de Fiambalá o duna Federico Kirbus, ubicado cerca del poblado Tatón. Otro de los sitios buscados para el sandboarding es el cerro La Marcha o duna Grande, ubicado en el departamento de Ica en Perú. Un lugar que calculan 924 metros de altura útil de pura arena. Mientras que en China se encuentra el desierto de Badain Jaran. Dunas de hasta 500 m de altura, alimentadas por aguas subterráneas.

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Publicado por Sarah Carrozzini

Escribo y tomo fotos.

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