La Habana tiene un aire antiguo, salado y fiestero, como dice una canción, ¿quién no baila en ésta tierra? Las olas saltan a su malecón con el silencio de su política. Su gente se para cada mañana a continuar con sus días, andan en bicicletas Tuk Tuk, en esos autos de los 50’s, a pie. Ese caminar por la vida que muestra ese “sabor” cubano. Una actitud que lleva a todos a un compás, a esa rumba cubana, una vibración de su baile y música.
En éste mes de noviembre, la isla se ha quedado sin Fidel. Falleció a sus 90 años y cientos han asistido a su despedida en la Plaza de la Revolución. Pero antes de que termine el mes, también hay un reconocimiento para la isla. Su rumba se une a la lista de Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad. Y la Unesco lo reconoce como una «expresión de un espíritu de resistencia y autoestima».
La rumba cubana creció en las barriadas urbanas pobres bajo la cultura africana. Agrega elementos de la cultura antillana y del flamenco español, según explica la organización. La decisión fue tomada desde Adís Abeba, capital de Etiopía y la delegación cubana lo ha aceptado a la memoria de Fidel Castro.
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La rumba cubana desde las barracas
Todo comenzó con los africanos. Eran esclavos en el siglo XVIII y fueron llevados a la fuerza para cortar caña en Cuba. Al reunirse en sus barracas, fueron ellos los que se resistían con su movimiento al ritmo de tambores.
Ritmo que continúa en La Habana. Los cubanos se reúnen en las calles para bailar como si fuesen poseídos por los Orishas; deidades de sus antepasados que se entendían como los ‘dueños de la cabeza’.
Bailan en pareja o solos y al ritmo de la clave, tumbadoras y otros instrumentos de percusión. La música se expande y ellos lo bailan con una gracia natural. Es un imán para los turistas que quieren aprender los movimientos desenfrenado de caderas y hombros de la isla.