Septiembre, esa fue la última vez que escribí para este blog; aún hay historias por contar, pero hasta hace unos días no quería. Andaba decepcionada y con los ánimos más enterrados que los huesos que esconden mis perros.
Me envolví por meses en odiosos trámites burocráticos para conseguir un crédito educativo que me dejara empezar una nueva aventura en esta cadena de “viaje tras viaje” que había vivido desde los 22. Ante mi asombro –por la poca confianza que me tengo, creo- había recibido la carta de aceptación de una universidad extranjera, así que lograr uno de los miles de créditos educativos que el gobierno ecuatoriano se jacta de entregar iba a ser fácil…pensé.
La realidad: no califiqué porque a ninguno de mis garantes les sobraba 400 dólares de su ingreso mensual. ¡Y claro! cómo es eso posible cuando se vive en un país donde solo la canasta familiar alcanza los $450, por encima de un sueldo básico de $340. Así que resumiendo, los planes que había armado desde hace más de un año se fueron al balde.
Me deprimí, y un montón. Los problemas que se viven en las películas siempre me han puesto más sentimental que los de la vida misma, pero esta vez, las lágrimas brotaban por algo real.
¿Quién no se frustra cuando las oportunidades se evaporan de las manos? Así que de la tristeza pasé a la rabia, de la rabia a la resignación, y de la resignación al quemeimportismo. Me dejé invadir por un ataque de pendejismo crónico, al punto de llegar a pensar que esa era la única vía para volverme a ir.
Escribo este post riéndome de tremenda estupidez; en ese momento me había autobautizado como “Fatalidad”, pero creo que “Ridiculez” me iba mucho más. Lo bueno a fin de cuentas es que siempre están los que te cachetean -figurativamente, obvio- porque te quieren y te hacen reaccionar.
Entendí que las cosas no salen como queremos no por falta de esfuerzo necesariamente, sino porque simplemente no ha llegado el tiempo ni las condiciones para lograrlas; hay oportunidades que ciertamente no se pierden, solo están en stand by.
Que la partida no haya sido para esta fecha, no significa que dejará de suceder en los meses que al año le restan o quién sabe si en el próximo. La verdad es que no importa. Comprendí que lo que hoy quiero no es todo lo que quiero en mi vida, solo es un ladrillo más para la construcción de las buenas memorias, que aunque tenga miedo a la muerte, me harán sentir satisfecha cuando me lleve.
Hay situaciones que a veces nos quiebran, pero cuando la calma regresa es buenísimo saber que estamos en el lugar correcto; el mío sin duda es el mundo y me encantaría recorrerlo entero. Este año viajo -aún no sé a dónde- pero con seguridad se los contaré letra por letra.