Estaban, en una esquina de San Telmo, Aniko y su novio vendiendo postales y haciendo burbujas.
Diana y yo, al igual que otros niños alrededor, estábamos emocionadas y divertidas por todas las formas y arcoiris dentro de esas pompas de jabón.
¿Cómo será ser un burbuja? Son esos cuestionamientos tontos que me hago cada vez que me maravillo con algo tan simple como esto.
Ha de ser muy bonito ser una burbuja de mil colores, cargada de alegría… ¡Porque no me vengan a decir que nunca han sonreído con una burbuja!
Pero tal vez lo más lindo de ver las burbujas fue su compañía. Los niños persiguiéndolas y otra muy tímida que sólo abría sus ojos como un sapo cuando esos arcoiris redondos flotaban.

Es Amara. Sus cejas acompañan proporcionalmente a su mirada oscura, inmensa. Lleva zapatitos rojos de tacón, muy a lo Dorothy del Mago de Oz, y un sombrero tejido, que está más de adorno que de protección.
Sin moverse del lugar donde está sentada, muy quietita y educada, Amara persigue con sus pupilas a todas las burbujas.
Es toda una cazadora de momentos, de explosiones en el viento, de un plop de felicidad.

