Dicen que todo es difícil hasta que se hace

Hacía calor, no tanto por la temperatura que Guayaquil registraba ese día, sino porque mi maleta aún estaba pesada, y eso de empacarla y desempacarla 100 mil veces, para conseguir cargarla con relativa comodidad, hizo que mi cuerpo se empape de sudor.

Digamos que es algo así, pero no tan exagerado, ja!
Digamos que es algo así, pero no tan exagerado, ja!

¡Maldición! Pensaba solo eso cuando, yo, la que tanto insiste en la puntualidad, tenía que estar camino al terminal terrestre, pero en realidad seguía con mi aprieto mochilero.

Sonó el celular y era Sarah que ya me estaba esperando casi, casi en la puerta del bus, y con la típica mentira de “ya estoy llegando” colgué y me sentí vencida; no había tiempo y no quedó otra alternativa que empezar a acostumbrarme a los 14 kilos de la que sería, por un tiempo incierto, mi casa, mi armario, mi alacena y hasta mi compañera.

Con el tiempo justo, avancé a registrarla como carga; llegaron las 2 de la tarde y también la hora de despedirme de mis papás, que para ese momento ya se habían metido en la zona de andenes –prohibido, por cierto, sin un boleto- para inspeccionar de pies a cabeza el bus en el que permaneceríamos por unas 30 horas hasta llegar a Lima.

Después de los respectivos consejos y bendiciones, esa idea que nació en las bancas de un café, empezó a hacerse realidad. Nos habíamos ido, éramos  Vagabundavida.

Escribo todo esto, porque ando con las sensaciones alborotadas y necesitaba recordar cómo empezó todo. Y es que hace 15 días se cumplió un año desde que nos embarcamos en un bus que no solo nos llevó al Perú, sino que nos abrió el camino para recorrer otros cinco extraordinarios países, y aún no me la creo.

Hoy, aunque encerrada dentro de una oficina y con el ruido de los carros de fondo musical, mi mente continúa viajando, recorriendo nuevamente los pasos, recreando los paisajes, imaginando a los amigos; en  definitiva, recordando lo maravilloso que fue dejarlo todo por viajar, confirmándome a mí misma que eso es lo que verdaderamente me apasiona y me hace feliz.

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No se trataron de simples vacaciones, sino de una travesía impulsada por la necesidad de construir una vida de exploración, de ser parte de mundos distintos, de abrir más la mente, de entender y ser más tolerante con lo que resulta ajeno, pero sobre todo, de dejarse sorprender.

Ahora que regresé a casa, la gente me dijo “bienvenida a la realidad”, pero me rehúso a tener una vida supeditada únicamente a trabajar, casarse, tener hijos, e irse de vacaciones 15 días al año; no porque esté mal, sino porque estoy firmemente convencida de que mi existencia tiene un propósito de mucho más alcance, al igual que la de todos cuando se tiene el coraje de hacerlo.

Si llego a vieja, quiero serlo con innumerables historias para contar, y el ahora es el momento para poder ver, sentir y aprender del mundo.

Dicen que todo es difícil hasta que se hace. Yo ya di mi primer paso para una vida de viajes, y estoy preparándome para todo lo que se viene.

Espero que ustedes también se embarquen en la aventura de su vida. Sin importar cuál sea, nunca se cansen de buscarla.

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Publicado por Diana Vega

Intentando ganarme la vida como trotamundos.

3 comentarios sobre “Dicen que todo es difícil hasta que se hace

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