Un chapuzón de felicidad (Parte 2)

Tengo una gran sonrisa. Extiendo mis brazos y el agua que salpica de una cascada me moja, me empapa. No paro de reír.

(Salto Ramírez – Iguazú, Argetina)

Estar en las cataratas de Iguazú es una de las mejores experiencias de este viaje y de mi vida. Es ese recuerdo que siempre me alborota el corazón.

Iguazú tiene ese noséqué-quéséyo que los gringos describen como «mind blowing». Y sí, así los siento yo… que mi cerebro explotó, que la energía dentro de mi se expandió, que todas las partículas del universo me alcanzaron.

 

Iguazú desde Argentina

El boleto de entrada al Parque Nacional Iguazú, en el lado argentino, que cuenta con 67.720 hectáreas, es más costoso que del brasileño y, obvio, esto nos duele un poco en el bolsillo. Sin embargo estas experiencias, a la final, no tienen precio.

En el Centro de Visitantes nos dan la bienvenida y recomiendan un par de senderos para hacer en corto tiempo; ya que llegamos tarde al parque (consejo: si se están alojando en Foz do Iguaçu, salgan con 2 horas de antelación).

No obstante, el mejor saludo que recibo es el de decenas de mariposas que nos acompañan, desde la estación Cataratas hasta la de Garganta del Diablo, volando al lado del tren en movimiento y luego, ellas muy coquetonas, al rededor de nosotras. Estas damas son las verdaderas anfitrionas del Parque Nacional Iguazú.

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Desde arriba:

El primer sendero que realizamos fue el Paseo Garganta del Diablo, en el que hay que caminar sobre agua.
No, no nos pongamos bíblicos… simplemente es un puente largo (el sendero comprende 1.100 metros)  que pasa por el río Iguazú hasta llegar a la estruendosa catarata.

En el camino algún coatí se escurre entre las estructuras metálicas del camino y otras mariposas aparecen por ahí.

Tal vez a unos 100 metros (si no es más) ya se puede ver una gran «neblina», que no es más que la cascada reventando una y otra vez.

 

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A 100 metros o más, la «neblina» de la Garganta del Diablo

 

En medio del río veo a una tortuga naufraga, aferrada a una roca. Ella sabe que si se suelta, es el final de la batalla.

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Un pequeño en ser en medio de una gran correntada…
Luchando
…Luchando

 

Caminamos un poco más y el rugido del agua se hace más fuerte. Se escuchan también muchas risas, algunos gritos y la gente que regresa está tan mojada… parece Carnaval*.

Cuando llego a ver eso que vi seis años atrás, instantáneamente mis mejillas se alzan y muestran mis dientes dentro de una sonrisa.

Esta es mi segunda vez en la Garganta del Diablo. Siento lo mismo que sentí es vez: Mira Sofía que pequeña eres ante la naturaleza y que grandiosa y fuerte es ella. Aún lo siento cuando regreso en mi memoria.

Recuerdo que la primera vez que visité esta caída, un guía nos contó que hay mucha gente que llega hasta esta cascada a morir. No lo logro entender… No comprendo como alguien puede venir hasta este lugar, ver tanta belleza y aún así querer irse.

El lugar está tan lleno de vida. El agua vomita arcoiris por doquier y algún ventarrón trae consigo la bruma de la cascada y hay decenas pájaros sobrevolando el lugar. Y ahí, donde estoy parada, no dejo de maravillarme con todo lo que mis ojos capturan.

 

 

Más agua por todos lados:

Desde el lado argentino, la experiencia en Iguazú es diferente, es mucho más cercana.

Realizamos, aparte del Paseo Garganta del Diablo, los circuitos superior y parte del inferior. No alcanzamos a realizar los senderos Macuco, Verde, ni Isla San Martín.

Son 650 metros de caminata en el Superior, en los que, entre los pasos, te encuentras con 7 cascadas bajo tus pies.

Si desde Brasil la experiencia es de maravilla pura, desde Argentina es de contacto total. Las mayoría de las caídas se encuentran en este lado y puedes verlas desde arriba o abajo.

Son 2 felicidades diferentes y perfectas a la vez.

 

 

Saborear el cielo (Circuito inferior):

Tal vez el más delicioso almuerzo de mi vida lo he comido en Iguazú. El menú: pan aplastado, dulce de leche y agua; servidos sobre una gran roca húmeda al pie del río.

Después de horas de caminata, parar en un spot donde nadie más está y maravillarse de toda la vida al rededor, es casi como tocar el cielo: A nuestras espaldas, plantas, flores y mariposas; desde las costillas derechas hasta ese punto entre los ojos,  los saltos Bossetti y Eva; y a la izquierda, donde se posa el corazón,  Brasil.

Por ahí aparece una lancha llena de turistas que han pagado para que los mojen rápidamente bajo el agua de Bossetti. Y luego, unos pájaros volando, un arco iris, el perpetuo sonido del agua fluyendo… Y sobre nosotras, la luz de un atardecer que comienza a dar guiños.

Puedo saborear esto una y otra vez en en el menú de mi memoria y asegurar que sabe a paraíso.

Paraíso.
Paraíso.

 

 

Fin:

Las mariposas, los coatíes, el agua empapando los sentidos… Se respira diferente aquí.

Al final (obligado) de nuestro recorrido, un guardaparque se acerca a decirnos que ya es hora de cerrar. «¡Unos minutitos más, por favor!», rogamos y  accede.

Caminamos con él y encontramos el salto Dos Hermanas. Como niñas nos acercamos a la caída para refrescarnos con su energía.

Todas mojadas, el guardaparque nos toma una foto al pie de Dos Hermanas, aunque en este caso seamos tres.

Vagabundavida frente a Dos Hermanas
Vagabundavida frente a Dos Hermanas
 
 
NOTA: Viaje realizado en Octubre 2012.
*En Ecuador, tenemos la costumbre de jugar con agua en el feriado de Carnaval.
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Publicado por Sofía Bermúdez Q.

Viajar es mi lugar feliz | Travelling is my happy place.

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