Hace cinco meses que yo estaba conociendo Argentina, y solo me di cuenta de que el tiempo había pasado aterradoramente rápido cuando esta semana saltó la noticia de que Cristina Fernández y su esposo, el difunto Kirchner, estaban vinculados con el lavado de 160 millones de dólares del Estado, generados mediante la adjudicación sobrevalorada de obra pública, concedida a una constructora cuyo propietario es, según las pruebas, su socio y amigo.
¿Cómo se relaciona lo uno con lo otro? Comenzaba noviembre del año pasado cuando llegué a Buenos Aires encontrando un ambiente cargado de inconformidad, igual al que debe estar aconteciendo en estos días con tremendo escándalo, supongo.

Los trabajadores del tren, el gremio de recolección de basura… en fin, el movimiento obrero estaba en paro, y sumado a eso, en pocos días se llevaría a cabo la marcha de cacerolas del 8N (8 de noviembre), organizada para protestar contra los excesos del denominado Gobierno K, resaltando casos como el del vicepresidente Amado Boudou, a quien se le descubrió tener el poder accionario de la imprenta que elabora el papel moneda de ese país.
Dos casos diferentes, pero al mismo tiempo, igual de corruptos que hoy incentivan a una nueva marcha ciudadana, la del 18A, que debe estar iniciando mientras escribo este post para exigir lo mismo: un país donde el poder no sea sinónimo de beneficio propio.
Es posible que Cristina desestime este encuentro al igual que lo hizo con el 8N, que sin embargo no se trató de una congregación pequeña. Hubo decenas y decenas de personas, que armadas con pitos, carteles, ollas y banderas, caminaron desde el obelisco de la Av. 9 de Julio hasta la Casa Rosada, con el afán de gritar sus desacuerdos.

Las realidades son ajenas hasta que las vives, y teniendo la oportunidad de hacerlo, había que caminar con esos jóvenes, niños, ancianos y adultos que pedían justicia, pedían paz, pedían igualdad, pedían parar el abuso de poder resumido en el intento de una reelección presidencial indefinida.
Cinco meses parece un tiempo muy lejano, pero me atrevo a decir que las voces que se dejaron en ese momento continúan siendo reafirmadas esta noche por una multitud igual o aún más grande que la anterior, porque los ciegos políticos son cada vez menos.

Lo que afirmo no se trata de una postura de partido, sino de una identificación ciudadana cansada de la intolerancia al que opina distinto, de la negación de una corrupción evidente, y de la falta de castigo a quienes la cometen.
Me identifico porque ese pedazo de la realidad argentina, no es tan distinta a la del Ecuador, ni a la de otros Estados de la región.
Me identifico porque en mi país, el solo cuestionar al Gobierno te convierte en un vende patria.
Me identifico porque en mi país, la Secretaría de Inteligencia coloca sus esfuerzos en investigar a tuiteros que le envían al presidente mensajes que no le agradan, en lugar de hacer eso con el hampa.
Me identifico porque en mi país, las empresas del hermano del presidente firman contratos con el Estado por más de 120 millones de dólares, y los únicos enjuiciados son los periodistas que denunciaron el caso.
Me identifico porque en mi país, el presidente del Banco Central confiesa que su titulo de economista es falso, y aún así le dejan largarse al matrimonio de su hijo en Miami con la “condición” de regresar a asumir las consecuencias, pero la fiesta le ha durado desde diciembre.
Me identifico porque en mi país, las ofensas solo son permitidas desde el lado del poder.
Me identifico porque en mi país, por más absurdas que sean, el presidente gana todas las demandas judiciales que se le de la gana iniciar.
Me identifico porque en mi país, la gente está dividida porque el Gobierno se empeña en aludir al resentimiento social.
Me identifico porque también quiero que mi país cambie.
PD: En la galería adjunta encontrarán más imágenes del 8N.
Un comentario en “Al 8N le siguió el 18A”